viernes, 17 de diciembre de 2010

Y desde lejos te observo...

Me seco el sudor de la frente y miro hacia arriba. La estantería ya está limpia y los libros colocados, a excepción del montón que tengo a mis pies. Me agacho y soplo para eliminar la gruesa capa de polvo acumulada tras largos años. El rey no es muy aficionado a la lectura, así que aparte del príncipe heredero, no hay mucha gente que visite la biblioteca de palacio. El polvo se rebela y vuelve contra mí, lo que hace que tosa y que me salten algunas lágrimas. Me las enjugo y pienso que me daré un buen baño después de esto. La falda está sucia y raída a la altura del suelo, ya que prácticamente me la piso y tropiezo todos los días.El cuero del corsé empieza a estar desgastado, y el blanco de la camisa va perdiendo su fuerza, pero tampoco esperaba que la ropa del servicio tuviera la misma calidad que la ropa de las nobles y las princesas que veo desfilar prácticamente cada día. El príncipe está buscando esposa, y todas las jóvenes adineradas del reino vienen a probar suerte. Todas piensan "quizá sea yo...". Pero lo que no saben es que es una batalla perdida de antemano. El príncipe ya tiene a su elegida, y nada del mundo lo haría cambiar de opinión. Es algo que nadie sabe, ni el rey, ni la reina... sólo ellos dos.
 
Hoy también viene a leer. Coge el libro que ha estado leyendo últimamente y se sienta en su sitio favorito, justo al lado de la ventana que da al jardín de las rosas. Quizá sea porque ese sitio le trae buenos recuerdos. O quizá porque, cuando el día es soleado y el viento viene de poniente, se oye el mar, no muy lejano, con el murmullo de las olas y la frescura del agua. Hoy también puedo verle. Primero, su espalda; ancha y fuerte. Después su perfil, sus brazos, con la promesa de cálidos abrazos. Finalmente, me coloco de frente y me quedo embobada mirándolo. Su pelo negro, cayéndole en ondas sobre la frente y las oscuras pestañas, escondiendo unos ojos de azul profundo que leen ávidamente la historia que le narran las viejas páginas de un libro gastado. De repente, nota mi presencia y me mira. Aparto la mirada rápidamente, roja como un tomate y cojo el montón de libros que tengo delante. Él me sonríe y me ayuda a llevarlos. Antes de irse me roza la mano, como una cálida brisa de verano. Yo sé lo que significa, y él también. Ambos sabemos que esta noche, en el jardín de las rosas,nos encontraremos. Nadie más lo sabe y nadie debe saberlo, no hasta que estén preparados. Porque si se enteraran que que el príncipe ha entregado su corazón a una bibliotecaria... 

Mientras tanto, seguiremos amándonos en secreto, hasta que el mundo esté preparado para aceptarnos tal y como somos.